sábado, 20 de octubre de 2007

CONCIERTO PARA NINGUNA VOZ



Lo común de las voces no respecta en preciso a la palabra
Lo común de las voces nunca saben que decir…


Debía tenerlo como condición, silencio tras silencio, oda entre oda y palabra entre las muelas, allí para que no saliera, para que no molestara a ningún parroquiano que se aproximara unos cuantos metros. Tal vez la labor de los mudos era esa precisamente , la de conservar la paz entre los vivos; pues a los muertos, poco o nada les importa las muchedumbres, total, ellos son más, y cuando acuden a la reunión vespertina del domingo, y comentan entre si lo ocurrido en la visita matinal con sus familias, los presentes llevados, la fiesta de quince de la bisnieta, el matrimonio de Armandito el menor; suelen encontrarse mayores concordancias dialécticas que las sostenidas por los vivos cuando intentan comunicarse entre sí.

Tal vez no se deseaba hablar, el movimiento ondulante de sus labios procuraban la tendencia de ejercitarse de otra forma, tocar el labio contrario que aparecía hacia su vista, cabalgar entre el aire y alcanzar su superficie, tocar fondo, o tal vez tocar suelo, sentar labio de una vez por todas; pero a su vez sabía que para llegar a semejante prosa de la práctica , se debía recorrer toda una escalada de palabras dirigidas cuesta arriba.

No tenía mucho tiempo de pensar, de armarse todo un diseño de ingeniería lingüística digno de cualquier arquitecto de puentes, fragmentos de segundo, milésimas de cronos que imperiosamente se estiraban para sostener el instante. Llegó a concebir por un momento que las palabras podrían usarse más por su volumen que por su contenido. Los sustantivos que son asiduamente más grandes, servirían como peldaños de escalón. Los artículos en cambio y algunas otras preposiciones se ubicarían entre los peldaños como pequeñas vigas. Tal vez aquello podría ser más efectivo que soltar las palabras como pedazos de madero en el mar y saltarlos uno a uno hasta alcanzar su destino; y mientras esto ocurría, los otros labios permanecían impávidos y quietos, como jueces implacables que expectantes esperaban aunque fuese una mera sílaba para emitir un juicio.

Ninguno de los dos decía nada, situación que podía estar generando alarmas en el instante. Los ojos que habían permanecido neutrales frente al juego debatido, se vieron en la imperiosa necesidad de tomar las riendas del encuentro so pena de que todo se echara a perder por un error de cálculo.

La pupila derretía a la llamada de un nombre, se mecía entre octosílabos crechentos, en simulacros de partos y renacimientos, en preparaciones de huidas o tal vez de enfrentamientos, primero una pupila y después la otra, rebuscándose la fuerza de quien sabe que bolsillo, de la billetera de un banquero,
de la comanda del mesero donde guardaba las propinas. Las pupilas se levantaban lentamente para clavarse en el nombre prometido por quien sabe que mesías desplazado de su paraíso asignado.

- ¿Podemos apostarle al cero si lo quieres?
- Es más grande el muro que mis huesos
- Precisamente, jugarnos a otro número podría traer recuerdos que ya no nos quedan en la talla.
- Quisiera trepar el yeso y traspasar la vida
- ¿Qué es tan difícil?
- Pero me sobran más motivos para quedarme de este lado
- Llorar no vendría al caso
- No puedo moverme a tientas
- Y si tal vez dijéramos otra estrofa, una que se encuentre más adelante, que aún no le corresponda la entrada, sería algo así como adelantar la escena principal, evitándonos el trámite de sufrir las intermedias.
- ¿Qué hago aquí?, ¿por qué no digo o me desdigo?
- No cierres los ojos… las penumbras me asustan demasiado.


Como el destello producido por el encuentro fortuito de dos espadas en jauría de caballeros, como ondas extraviadas que buscan receptar en algún coro, así mismo se pronunciaba el toque de los ojos enfrentados, mancillando la cuerda que los hacía ocupar el mismo espacio, el mismo tiempo, el mismo estado circular conducente al vacío de no encontrar vacío, de no encontrar huidas, de no encontrar la salida de emergencia.

Por fin los labios decidieron apostarle al movimiento, ondulantes en revoluciones precarias, con el terror en la sangre que les rellenaba el alma, con el miedo repartido en todas partes por destruir el puente; por fin los labios se abalanzaron en tregua asumiendo la tarea de convocarse al delirio de saltar de una vez por todas y destruir la estática escena que los estaba hundiendo…


Cuando los espejos se preguntan por su imagen, poco o nada obtienen de su referente, y más aún, cuando este se niega por todos los medios a volver a mirar.

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