sábado, 20 de octubre de 2007

EVOCACIONES




Cecilia Torres observaba el retrato; sumergido en el matiz claroscuro que emanaba del blanco y negro de la fotografía. El brillo casi opaco que invadía la sonrisa, esa sonrisa de piel virgen, de piel joven, desbordada por los pómulos nacientes de una niña de 16 años. Tomó el retrato entre sus manos y mientras se sentaba en el viejo sillón ubicado en el centro de la sala; apretaba el retrato fuertemente contra su pecho – agitado en la levedad de los latidos contrariados en desarmonía de los ritmos de un sístole de viento, avasallado contra los golpes discontinuos de un diástole condenado a la lejanía del tiempo.


A Cecilia Torres le acudía el mismo sueño cada noche, se observaba así misma frente a un espejo de tres lunas, vestida con un traje rojo de pliegues que le llegaba hasta el tobillo , zapatos de charol y una cadenita de oro con un dije en forma de ángel muy pequeño . Pasa la mano por su frente y se despide de su propia imagen, abandonando el espejo; con dirección hacia la puerta ; de pasos lentos y medidos, abandona el lugar y de la misma manera, sale a caminar por la calle , emitiendo gestos de saludo a los seres que pasan a su alrededor . Cecilia observa con detenimiento su entorno, la olvidada calle que se enfrenta hacia su paso , el golpetear de las hojas de los árboles movidas por la fuerte brisa , las paredes desgastadas de las casas que se alinean a los costados, la terrible quietud del aire detenido en el olvido de sus rostros...

Cecilia camina sin saber hacia donde aun, con su mente vacía de recuerdos, de lugares comunes, de rostros ausentes que no extraña . Cecilia camina carente de destino.

Pasaban días en los que Cecilia no soñaba ; pero a veces y sin anuncios de llegada , aquel inefable sueño retornaba, atormentando su angustia en la incertidumbre baldía del significado.

Casi siempre en las mañanas, observaba todos los retratos que adornaban su casa, los de sus cuatro hijos, de los cuales, dos ya habían muerto y los otros dos se encontraban viviendo fuera del país, distanciándose en su comunicación cada vez con mas frecuencia . A veces en las mañanas, llevaba a su esposo al Jardín de la casa a recibir los rayos del sol en su silla de ruedas. El ensombrecía observando el paisaje de la mañana . A veces le decía:



- Sabes Cecilia , los rayos del sol que acarician el jardín, toman un aspecto mas profundo y mas bello, cuando sientes que será la ultima vez que lo verás.
- No seas tonto Javier .- Respondía Cecilia . – Aun la vida nos debe mas tiempo.

Pero el tiempo dilataba con mas fuerza cada vez y Cecilia, no encontraba el saldo justo a su cuenta de cobro.
Cecilia continuaba con el retrato aferrado a su pecho, evocando el sueño, el mismo sueño que amenazaba desde hace tiempo atrás, desahuciado de respuesta .

Cecilia continua caminando hasta abandonar aquella calle, se enrumba por el camino desdeñado hasta perderse por los verdes bosques que circundaban el lugar; y después de mucho caminar; tropezarse con el borde de una cascada. Se detiene observa el caudaloso río, el imponente movimiento de sus aguas que acallaban su valor ; fuerte , dominante – invencible...

Levanta el retrato hasta la medida de sus ojos, detiene la mirada en ese rostro ambiguo, ajeno en su presente, expropiado en el tiempo, sin mas pruebas que el diagrama plasmado en aquella fotografía, limada por los azotes del movimiento, en su pasar anónimo a los giros de la tierra.

- Este rostro no es el mío . – Repetía.- Esta piel no se adhiere a su molde, este cabello y este otro no se confunde en su color - pero que mas da , aun la vida me debe mas tiempo.

Cecilia acude a su primer recuerdo. Todo inicia cuando sus ojos se abren y encandelillan por el foco de la lámpara que se encuentra sobre su cabeza, hay personas murmurando, apenas puede escucharlos, todos visten batas azules, todos hablan de ella.

- ¡Se recuperará! , ya no hay nada que temer.

Este recuerdo , este instante de su alma es el mas letal y angustioso que a su memoria acude. Evocarlo significa hacer temblar sus arrugadas manos, su achacada garganta, sus desgastados lazos blancos que su cabeza recubre.

Se levanta y devuelve el retrato al lugar donde ha estado siempre , mientras dice:

- No hay por qué tener miedo, aun la vida me debe mucho mas tiempo, nací adulta, solo tengo cuarenta años de vida...

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